A mis clientes,
mis cómplices, mis amigos.
No es solo porque vivo de los libros o que gracias a una razón que para mí arremeda al milagro, puedo obtener a través de ellos el papel dinero. Es la respuesta inevitable, pero a la vez más simple, prosaica. Hay muchas más, que incluso colindan con lo fantástico, lo distópico, pues he llegado a imaginar, de manera muy conspiranoica, un tiempo en que la tecnología, por alguna razón misteriosa, fuese totalmente desactivada. Me vería entonces, de manera parecida a la descrita por Asimov en Fundación, como el ser rodeado de libros que sería aclamado como el salvador y preservador del conocimiento, si no de la humanidad, por lo menos de mi barrio.
Por supuesto, es un ensueño, y de vuelta a la realidad, en la que quisiera estar cada vez más ligero, por el contrario siento que los libros, tan románticos, también se están convirtiendo en una inmensa atadura, un gran árbol que me sumerge en las raíces de un mismo lugar. ¿Qué pasaría si decidiera mudarme a un nuevo destino? ¿Cómo podría deshacerme de mis pequeños trozos de vida, que incluso habitan en mi memoria? (Condición imprescindible para ser librero). Mi hijo me ayuda a ahogar, o postergar esta respuesta, cuando lo veo levantarse en la mañana para ir corriendo a buscar su libro de Dipacho con el afán de que se lo lea e interprete con acento costeño y tantos otros libros que se han convertido en sus juguetes favoritos.
Y es que, en verdad, los libros para mí no son solo trozos de vida… parecen pequeños fragmentos de universo, e incluso también, de magia. El libro es mi objeto más preciado y no logro verme comerciando otro tipo de artículo, por lo menos, siendo la mitad de feliz.
Imagino, también, que muchos libreros comparten una misma historia de génesis similar a la mía. Me hice librero cuando la cantidad de libros que poseía era bastante considerable, como consecuencia de mi pulsión por adquirirlos, cazarlos, e incluso, invocarlos. Creerá el lector que miento si le dijera que cuando deseo con ahinco un libro, por una extraña “confabulación del universo”, se me aparece como por arte de la providencia. En resumidas cuentas, el hobby se hizo negocio, y con la suficiente devoción, oficio.
Porque, en efecto, no se trata de solo vender libros, como si se tratara de cualquier mercancía. Es desde la mística del recibimiento, de la búsqueda, de la llegada, los momentos en que alguno de mis amigos proveedores me anuncia el anhelado: “viejo Juan, llegaron unos libros”. Puedo visualizar la antesala a la ceremonia, en la que incluso, me veo como un niño a punto de recibir un nuevo juguete.
También se trata de hacer llegar los libros a las manos correctas, a los ojos de quienes los desean. Por eso doy a cada uno de ellos la correcta preparación y en muchos casos, puedo imaginar algunos de sus posibles futuros compradores, o incluso, al verdadero elegido. Por supuesto, también está la artesanía en la que intervienen la lija, el colbón y la buena cinta pegante.
Finalmente, y en últimas, sin ser bibliófilo narcisista, está el deleite personal, mis lecturas, verme rodeado de mis pequeños y poder picar en ellos para seguir volando como colibrí; colibro. Tocarlos, acariciarlos, apreciar sus dedicatorias, cuyos rastros sugieren especular o crear toda suerte de historias a su alrededor.
Quizás por eso atiendo con tanta amabilidad. Muchos de mis clientes se han convertido en amigos cercanos, pues también me encanta el ritual de encuentro, el pretexto de entrega que muchas veces propicia un café, y en la mayoría de ocasiones, una buena conversación. Ellos se han hecho cómplices de mi peculiar y desajustada, pero agradecida forma de vivir, que incluso sustentó a mi esposa en una mis ausencias. Es por eso que continúo perseverando, haciendo caso omiso de los fantasmas como el Kindle, que tengo, incluso, descargado y apilado, como otro libro más, pues sé que siempre existirán otros que como yo seguirán compartiendo el mismo apasionado enamoramiento por el papel. Puedo especular que, siguiendo el orden de mis fantasías, es más probable que el internet desaparezca a que lo hagan los libros, quienes, a lo largo de la historia, ya han sobrevido a toda especie de holocaustos y cacerías.
Ah, también olvidaba mencionarlo. Mi oficio también me parece una genuina manera de hacer poesía.
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